A lo largo de la historia, la posición de la mujer en el mundo siempre ha estado en un segundo plano. Dedicadas a sus hijos y a cuidar de sus maridos. Alguna mujer estará contenta o resignada con rol que le ha tocado vivir, impuesto por esta sociedad a día de hoy aún controlada por hombres. Otras viven enfadadas sin entender el por qué se nos denomina el sexo débil. Yo, particularmente no lo entiendo. Tampoco quiero menospreciar a los hombres (o al menos no a los que valen la pena, los que simplemente nos consideran de igual a igual), pero sí que es cierto que pocos de ellos son capaces de moverse solos en este mundo sin ayuda de una mujer. Muchos pasan de los cuidados de la mamá, aún rondando los treinta, a los cuidados de su mujer. ¿Cuantas en lugar de tener un hijo, ese que han parido, deben casi criar a su querido maridito? ¿Papeleos al banco? Mejor la mujer. ¿La compra? Mejor la mujer. ¿Las reuniones del cole de los pekes? Mejor la mujer. ¿La comida en casa, la lavadora, la limpieza y así hasta un largo etcétera? Es el cuento de nunca acabar. Somos válidas para todo menos para lo que les interesa. ¿Y después la gente se sorprende de los miles de divorcios? ¡No me extraña para nada! Para cuidar a un señor supuestamente autosuficiente y a los hijos, mejor te ahorras el primero. El número de mujeres como directivas, en política o en cualquier trabajo de un cierto nivel continúa siendo muy inferior al de hombres. Y yo me pregunto: ¿Por qué?
Pasan los años y no vamos a negar que algo sí hemos avanzado pero qué largo es el camino que aún queda por recorrer!
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